El Salón

Origen y consolidación del Salón de Julio
En el año 1959 dio inicio el Salón de Julio, consolidándose desde sus primeras ediciones como un espacio cultural de gran relevancia, no sólo para la ciudad de Guayaquil, sino para todo el Ecuador. Con el paso del tiempo, este evento se ha transformado en un referente inevitable dentro del campo de las artes visuales nacionales. A lo largo de su historia, ha sido testigo y protagonista de la evolución del arte contemporáneo, activando progresivamente diálogos con una diversidad de medios artísticos. Estas interacciones han contribuido a consolidar su presencia en el presente, abriendo paso a un escenario artístico cada vez más complejo, multidisciplinario y conectado con los debates actuales del arte global.
Una propuesta expansiva y reflexiva
En esta edición, el Salón de Julio propone un entorno de creación más amplio, dinámico y provocador, que busca superar las limitaciones tradicionales del arte pictórico. Se prioriza una reflexión crítica que surja de la tensión entre la especificidad del lenguaje pictórico y su inevitable expansión hacia lo transdisciplinario. Esta tensión creativa impulsa la elaboración de propuestas artísticas que indaguen tanto en las cualidades concretas como en las posibilidades dispersas de la pintura. Se trata de entenderla no sólo como una técnica o una disciplina, sino como una experiencia viva, sensible y mutable. Esta experiencia busca romper con las estructuras preestablecidas que tienden a neutralizar la profundidad de la experimentación en aspectos fundamentales como la superficie, el material, la figura, el color, la luz, el tiempo y el espacio.
La pintura como territorio dialógico
Más que una simple contemplación del objeto pictórico como presencia física, el objetivo es provocar una aproximación distinta, más compleja y abierta. La pintura, en este contexto, se plantea como una especie difusa, flexible y expansiva, capaz de moverse en el terreno de lo dialógico, tanto en su forma como en su contenido. Esta forma de pensar y presentar lo pictórico permite instalar un lugar simbólico y sensorial para recorridos múltiples, donde el espectador no sólo contempla pasivamente, sino que también interroga, cuestiona y construye sentido. Así, el Salón de Julio reafirma su vocación por el pensamiento crítico, la exploración estética y el compromiso con la sensibilidad contemporánea.