El Muy Ilustre Municipio de Guayaquil
63ava Edición Salón de Julio
Desde su inicio en 1959, el Salón de Julio se ha consolidado como uno de los principales eventos culturales, en el ámbito de las artes visuales del Ecuador.
Aunque reconocido como un espacio dedicado principalmente a la pintura, en sus últimas ediciones se aprecia una expansión gradual de los límites de este medio artístico.
En ese sentido, la pintura dentro del contexto del Salón, se perfila como un lenguaje dinámico, en constante evolución, que ha tratado de conectar con las corrientes estéticas y culturales contemporáneas.
En el escenario de violencia por el que atraviesa nuestra sociedad, es crucial que el Salón se convierta en el lugar donde, a través del arte, podamos interpretar y abordar las tensiones y conflictos que nos afectan. Este evento se propone como una plataforma para el diálogo, el debate, la experimentación y el fomento del pensamiento crítico, no solo en el ámbito de la pintura, sino también en cuanto al papel del arte como elemento modulador de los procesos de comprensión y superación de las divisiones y desafíos que enfrentamos en nuestro entorno.
El Salón de Julio enfoca su mirada hacia el concepto de:
Pintura
Divergente
Se concibe lo “divergente” no solo como una ruptura con la tradición pictórica, sino como una reevaluación crítica del entorno social a través de este medio. Esperamos que la edición 63 sea un verdadero laboratorio de ideas y reflexiones sobre las disímiles formas de entender el concepto de pintura como lenguaje contemporáneo en vínculo con la sociedad del presente local y global.
“Pensar desde una
pintura divergente”
El Salón de Julio de Guayaquil es un ser vivo. Sus 62 ediciones evidencian el complejo tejido de las tensiones sociales, culturales y políticas que han estado entrecruzadas en su configuración como evento vital de las artes visuales, y también como reflejo de la evolución del contexto ecuatoriano desde 1959. Múltiples transformaciones sociales y estéticas convierten al Salón en el resultado de un campo de fuerzas que se ha ido conformando en medio de estas mismas tensiones. Una de ellas, al interior del cuerpo mismo del Salón, ha sido la constante redefinición y conceptualización de la idea de la pintura como centro temático del evento.
La tensión entre establecer nuevas directrices para el evento que se decanten de manera radical por convertirlo en un espacio de arte contemporáneo y la influencia persistente de la preservación de la tradición pictórica, ha generado un campo de fuerzas que, en más de una ocasión, ha desviado el rumbo del Salón. Se han planteado interrogantes entre lo tradicional y lo experimental, sin llegar a una posición definitiva.
En medio de estos desafíos, se busca modificar las dinámicas del Salón desde el propio medio pictórico. En nuestra opinión, el problema no radica en la pintura como lenguaje que ha demostrado su capacidad para ser igual de “contemporáneo” que otras formas de expresión, sino en las ideas y formas en las que se presenta. Esta edición pretende continuar con el debate sobre la pintura, pero, sobre todo, desde la pintura. Se propone trabajar con la idea de “pintura divergente”.
Es en este entramado complejo y cargado de tensiones, que el Salón de Julio busca transformarse en un espacio de reflexión y diálogo. A través del concepto de “pintura divergente”, se invita a los artistas a explorar nuevas formas de pensar y relacionar el medio pictórico con los contextos y experiencias sociales. Se busca trascender las divisiones entre lo tradicional y lo contemporáneo para encontrar puntos de encuentro en la diversidad de opiniones y experiencias.
Pensar desde una pintura divergente significa crear una provocación, un estado de opinión sobre qué significa pintar desde el sufrimiento humano, social y cultural de un país como Ecuador. No se trata de establecer nuevos códigos si recordamos que el Salón en algunas de sus ediciones ha tratado de romper los límites de la pintura en pos de posicionarse dentro de los eventos más importantes de arte contemporáneo del país.
No se trata solo de continuar con el debate sobre lo contemporáneo o no, en la producción del arte desde la utilización del medio pictórico. Tampoco se pretende una pintura que solo esté relacionada con la construcción de estructuras visuales mediadas por el placer estético que suscitan las imágenes. Se trata de pensar la pintura como una herramienta que proponga un vínculo entre la construcción del conocimiento como resultado de las experiencias personales en un contexto específico, social y vivencial, y formas experimentales de abordar la representación.
Debe ser un ejercicio de comprensión sobre el por qué hacemos lo que hacemos, el por qué pensamos lo que pensamos. El hacer pictórico divergente se debe conformar como una plataforma de indagación crítica, contestataria sobre situaciones específicas, relacionada con el ser humano en sentido social y esencial.
La pintura divergente es más que una simple ampliación de la noción de pintura expandida; es un intento de desafiar las estructuras establecidas y explorar nuevas fronteras de expresión artística. Se piensa lo “divergente” como una reevaluación crítica sobre y a través del medio pictórico, donde las obras evidencian respuestas a preguntas como ¿Pintar; dónde?, ¿Pintar; cuándo?
¿Pintar; para qué?, ¿Pintar; cómo?,
¿Pintar; para qué?, ¿Pintar; cómo?,
Las propuestas deben estar construidas como un ejercicio crítico hacia el propio acto de pensar la pintura, pero también como resultado de un proceso de investigación de la realidad social y personal desde donde se enmarca la propuesta presentada.
Cuando se habla de pintura divergente se está tratando de establecer un estado de reflexión crítica sobre el propio acto de crear en un contexto tan controvertido como lo es el presente ecuatoriano. Se está proponiendo un cuestionamiento sobre lo que se representa y la forma en que se representa, cuáles son las razones que nos impulsan a pintar en estos momentos, qué nos duele desde los contextos sociales, culturales y políticos y sobre todo, qué conflictos nos propone la construcción de una imagen desde las nociones de divergencias.
Responder a la interrogante de si es o no divergente nuestra pintura, significa reflexionar y sufrir en esa reflexión, cómo podemos crear divergencia sobre lo que acontece y sobre lo que nos acontece.
Pensamos en un Salón que provoque, que conflictúe sobre los valores y necesidades humanas y no en un espacio donde los pensamientos más tradicionales del arte vayan de la mano con aquellas formas en las que el arte se entiende como un producto comercializable. Necesitamos una pintura que nos haga pensar, reflexionar, sentir y sobre todo cuestionar en qué punto estamos y y qué experiencias podemos construir desde la idea de la divergencia.
En última instancia, el Salón de Julio aspira a ser más que un evento cultural; aspira a ser un reflejo de la complejidad y diversidad de nuestra sociedad, un lugar donde las diferencias se celebran y se transforman en oportunidades de crecimiento y entendimiento mutuo.
En un momento donde la violencia y la división amenazan con desgarrar el tejido social, el arte tiene el poder de unirnos y darnos la posibilidad de pensar desde lo divergente, para intentar un futuro mejor.
En ese sentido, la pintura dentro del contexto del Salón, se perfila como un lenguaje dinámico, en constante evolución, que ha tratado de conectar con las corrientes estéticas y culturales contemporáneas.
En el escenario de violencia por el que atraviesa nuestra sociedad, es crucial que el Salón se convierta en el lugar donde, a través del arte, podamos interpretar y abordar las tensiones y conflictos que nos afectan. Este evento se propone como una plataforma para el diálogo, el debate, la experimentación y el fomento del pensamiento crítico, no solo en el ámbito de la pintura, sino también en cuanto al papel del arte como elemento modulador de los procesos de comprensión y superación de las divisiones y desafíos que enfrentamos en nuestro entorno.
El Salón de Julio enfoca su mirada hacia el concepto de:
Pintura
Divergente
Se concibe lo “divergente” no solo como una ruptura con la tradición pictórica, sino como una reevaluación crítica del entorno social a través de este medio. Esperamos que la edición 63 sea un verdadero laboratorio de ideas y reflexiones sobre las disímiles formas de entender el concepto de pintura como lenguaje contemporáneo en vínculo con la sociedad del presente local y global.
“Pensar desde una pintura divergente”
El Salón de Julio de Guayaquil es un ser vivo. Sus 62 ediciones evidencian el complejo tejido de las tensiones sociales, culturales y políticas que han estado entrecruzadas en su configuración como evento vital de las artes visuales, y también como reflejo de la evolución del contexto ecuatoriano desde 1959. Múltiples transformaciones sociales y estéticas convierten al Salón en el resultado de un campo de fuerzas que se ha ido conformando en medio de estas mismas tensiones. Una de ellas, al interior del cuerpo mismo del Salón, ha sido la constante redefinición y conceptualización de la idea de la pintura como centro temático del evento.
La tensión entre establecer nuevas directrices para el evento que se decanten de manera radical por convertirlo en un espacio de arte contemporáneo y la influencia persistente de la preservación de la tradición pictórica, ha generado un campo de fuerzas que, en más de una ocasión, ha desviado el rumbo del Salón. Se han planteado interrogantes entre lo tradicional y lo experimental, sin llegar a una posición definitiva.
En medio de estos desafíos, se busca modificar las dinámicas del Salón desde el propio medio pictórico. En nuestra opinión, el problema no radica en la pintura como lenguaje que ha demostrado su capacidad para ser igual de “contemporáneo” que otras formas de expresión, sino en las ideas y formas en las que se presenta. Esta edición pretende continuar con el debate sobre la pintura, pero, sobre todo, desde la pintura. Se propone trabajar con la idea de “pintura divergente”.
Es en este entramado complejo y cargado de tensiones, que el Salón de Julio busca transformarse en un espacio de reflexión y diálogo. A través del concepto de “pintura divergente”, se invita a los artistas a explorar nuevas formas de pensar y relacionar el medio pictórico con los contextos y experiencias sociales. Se busca trascender las divisiones entre lo tradicional y lo contemporáneo para encontrar puntos de encuentro en la diversidad de opiniones y experiencias.
Pensar desde una pintura divergente significa crear una provocación, un estado de opinión sobre qué significa pintar desde el sufrimiento humano, social y cultural de un país como Ecuador. No se trata de establecer nuevos códigos si recordamos que el Salón en algunas de sus ediciones ha tratado de romper los límites de la pintura en pos de posicionarse dentro de los eventos más importantes de arte contemporáneo del país.
No se trata solo de continuar con el debate sobre lo contemporáneo o no, en la producción del arte desde la utilización del medio pictórico. Tampoco se pretende una pintura que solo esté relacionada con la construcción de estructuras visuales mediadas por el placer estético que suscitan las imágenes. Se trata de pensar la pintura como una herramienta que proponga un vínculo entre la construcción del conocimiento como resultado de las experiencias personales en un contexto específico, social y vivencial, y formas experimentales de abordar la representación.
Debe ser un ejercicio de comprensión sobre el por qué hacemos lo que hacemos, el por qué pensamos lo que pensamos. El hacer pictórico divergente se debe conformar como una plataforma de indagación crítica, contestataria sobre situaciones específicas, relacionada con el ser humano en sentido social y esencial.
La pintura divergente es más que una simple ampliación de la noción de pintura expandida; es un intento de desafiar las estructuras establecidas y explorar nuevas fronteras de expresión artística. Se piensa lo “divergente” como una reevaluación crítica sobre y a través del medio pictórico, donde las obras evidencian respuestas a preguntas como ¿Pintar; para qué?, ¿Pintar; cómo?, ¿Pintar; dónde?, ¿Pintar; cuándo?
Las propuestas deben estar construidas como un ejercicio crítico hacia el propio acto de pensar la pintura, pero también como resultado de un proceso de investigación de la realidad social y personal desde donde se enmarca la propuesta presentada.
Cuando se habla de pintura divergente se está tratando de establecer un estado de reflexión crítica sobre el propio acto de crear en un contexto tan controvertido como lo es el presente ecuatoriano. Se está proponiendo un cuestionamiento sobre lo que se representa y la forma en que se representa, cuáles son las razones que nos impulsan a pintar en estos momentos, qué nos duele desde los contextos sociales, culturales y políticos y sobre todo, qué conflictos nos propone la construcción de una imagen desde las nociones de divergencias.
Responder a la interrogante de si es o no divergente nuestra pintura, significa reflexionar y sufrir en esa reflexión, cómo podemos crear divergencia sobre lo que acontece y sobre lo que nos acontece.
Pensamos en un Salón que provoque, que conflictúe sobre los valores y necesidades humanas y no en un espacio donde los pensamientos más tradicionales del arte vayan de la mano con aquellas formas en las que el arte se entiende como un producto comercializable. Necesitamos una pintura que nos haga pensar, reflexionar, sentir y sobre todo cuestionar en qué punto estamos y y qué experiencias podemos construir desde la idea de la divergencia.
En última instancia, el Salón de Julio aspira a ser más que un evento cultural; aspira a ser un reflejo de la complejidad y diversidad de nuestra sociedad, un lugar donde las diferencias se celebran y se transforman en oportunidades de crecimiento y entendimiento mutuo.
En un momento donde la violencia y la división amenazan con desgarrar el tejido social, el arte tiene el poder de unirnos y darnos la posibilidad de pensar desde lo divergente, para intentar un futuro mejor.
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